Con pájaros pegados en el rostro, ahondarme como las piedras, y germinar en carne viva en el rastro de los trinos; volar, y en mano cien veces renacer.
Manos. Se hunden en el cuerpo. Dedos. Hurgan en los órganos. Se encoge el alma como un trapo de algodón; se arruga hasta el frío azul, hasta el sin-aliento. El sin-aliento que evapora dolor de fruta madura.
En las manos aún me quedan restos de carne, pedacitos del cuello, de los hombros, de alguna parte de tu espalda, de la cintura. Y quizás, también, un poquito de piel.
Quizás rozarte.
Rendirse. Quizás casi llorar, y a tientas buscar en el viento la forma de hendir-se; de hundirse un cuerpo en otro cuerpo. Quizás se agolpa en un recodo de las sábanas. Quizás se agolpa todo el cielo en el fondo de sus ojos. Su cuerpo, incierto, leve, urge tormentas de otoño:ahogarse en la orilla de sus párpados. Mirarla. Y, de este modo, preñarse de olvido. Soñar. Despertarse, aún, en el envés de un cielo turbio y ceniciento. Salir a oscuras de uno mismo.
El llibre de la fe, Terrassa 2011